Joaquín Lorenzo Moreno, es periodista y sociológo. La mayor parte de su vida profesional la ha desarrollado en el mundo de la comunicación institucional y empresarial. En la actualidad se dedica a viajar y a contar lo que ve. La soledad de Birmania es la crónica de un viaje realizado en el verano de 2007, poco antes de la brutal represión de los militares contra los monjes budistas; un viaje pleno de emociones, frustraciones por la injusticia endémica e importancia ante lo inevitable y sensaciones a flor de piel. Es el relato del viajero que recoge de primera mano la ingrata realidad que se palpa en la calle, más allá del atractivo destino turístico pintoresco. La mirada crítica de Joaquín Lorenzo, al que no le gusta como viajan actualmente los turistas, en grupos masificados y teledirigidos, le ha permitido conocer la situación límite que vive este país abandonado a su suerte. Además de pagodas, templos y stupas, monjes y budismo, Birmania es un pueblo olvidado que está al borde del exterminio genocida causado por la férrea dictadura militar que gobierna el país desde 1962. Su inmenso patrimonio cultural, la forma de vida de sus acogedoras gentes, que sedujo a...
Un hombre, en la madurez de su existencia, hace balance y sufre una gran frustración al sentir que no ha conseguido lograr lo que le hubiera gustado en la vida, al haber seguido los convencionalismos sociales y los prejuicios de los demás. Angustiado, se sume en un sueño en el que vive una nueva vida a su manera, guiándose únicamente por su propia libertad y por sus criterios personales. Sobre los pilares de la obtención de conocimiento, del dinero, del triunfo profesional y de los placeres de la vida, fundamenta el puente que cree que le llevará a la felicidad. Al final, los acontecimientos se descontrolan y se van enmarañando hasta llegar a producir un estado de ansiedad que le hace añorar y desear la vida anterior que había denostado. Afortunadamente se despierta de su sueño, que se ha convertido en pesadilla, y vuelve a su anterior forma de vida. Comienza a valorar, entonces, que la felicidad auténtica está en las cosas simples (familia, amigos, rutinas...) y en el devenir natural de los acontecimientos cotidianos.
Bartley Alexander anda ya por la mediana edad y es un ingeniero de éxito, un hombre hecho a sí mismo, admirado por los puentes que construye. Casado con una mujer culta y rica, vive en una bonita casa en Boston y parece también tener una feliz vida conyugal. Pero en un viaje a Londres vuelve a encontrarse con un antiguo amor, Hilda Burgoyne, a la que conoció en París cuando era estudiante –entonces «fue la juventud, la pobreza y la cercanía, todo era joven y amable»− y que ahora es una actriz famosa. El reencuentro reaviva «la energía de la juventud que debe reparar en sí misma y pronunciar su nombre antes de desaparecer». A los dos las cosas les han ido bien; sin embargo, quizá no hayan agotado sus posibilidades. El puente de Alexander (1912) recrea la intensa sensación, cuando a uno le amenaza ya «la desganada fatiga», de verse acompañado por «su propio ser juvenil», que posiblemente acabe siendo «el más peligroso de los acompañantes». Willa Cather no guardaba –como se ve en dos textos que figuran como apéndice a este volumen− muy buen recuerdo de esta su primera novela: le parecía demasiado deudora de los autores que admiraba, Edith Wharton y...
Misterio, amor, amistad y suspense se dan la mano en esta historia que no podrás dejar de leer hasta que descubras quién mató a Sandra Rueda. Una joven aparece muerta en un pintoresco pueblo de montaña. Diana Aranda no parará hasta averiguar la verdad. Diana Aranda llega a la tranquila localidad de Zumaque para trabajar como profesora interna en una aislada mansión conocida como La Casa Roja. No tardará en descubrir las complicadas relaciones que se entretejen entre los habitantes del pueblo. En un lugar donde todos parecen ocultar secretos, Diana tendrá que hacer frente a un obstáculo inesperado: la detención por el asesinato de su propia amiga. «Alguien en Zumaque, en ese pueblo donde nunca pasaba nada, había estrangulado a una chica de veinticuatro años y había abandonado su cadáver junto al Puente de los Sueños Olvidados. Y yo estaba dispuesta a averiguar quién lo había hecho. Debía hacerlo, tenía dos poderosos motivos para dar con el culpable: por un lado librarme de una condena injusta por asesinato y por otro lado, vengar la muerte de Sandra Rueda.» Comentarios de los lectores... «Me ha encantado. Cuando vi la portada y leí el título sabía que me...