Esta tesis es una propuesta metodológica de historia religiosa que se concreta en el estudio de la diócesis de Zamora durante la Restauración monárquica (1875-1914). Según el programa de la historia religiosa, cuyas intuiciones se desarrollan en el capítulo introductorio, a lo largo de estas páginas se da una gran amplitud al análisis de lo institucional, lo doctrinal y lo sociológico. Todas estas dimensiones se abordan atendiendo a la especificidad del hecho religioso en la historia contemporánea, lo que otorga a este estudio un carácter interdisciplinar que se construye además sobre una amplia explotación de los archivos locales. En la primera parte de la tesis se traza una radiografía de España, la Iglesia y la sociedad que saluda la llegada de la Restauración [capítulo I] y se hace una presentación de la diócesis de Zamora en el siglo XIX [capítulo II]. La segunda parte está dedicada a la jerarquía eclesiástica. En ella se exponen las biografías de los prelados que ocuparon la sede episcopal [capítulo III], el mensaje que pronunciaban como líderes de la comunidad católica [capítulo IV], el ejercicio de gobierno al frente de la diócesis [capítulo...
La tesis partie dal Concilio Vaticano II que reconocio el derecho de asociacion a todos los christifidele (cf. AA 18) y del texto sobre la fraternidad sacramental y las asociaciones en el decreto Presbyterorum Ordinis, n. 8. El eje central de la disertacion lo constituye wl analisis y comentario al c. 278 donde el Codigo de derecho canonico reafirma el derecho de asociacion a los clerigos seculares.
Calificado como fórmula rígida del eremitismo, el emparedamiento se desarrolló con gran adaptabilidad, dentro de una gran proliferación de fórmulas religiosas, más entre las mujeres que entre los hombres. Se realizaba en celdas adosadas a iglesias y cementerios, en hospitales y monasterios, en puentes y en murallas, localizadas en el centro urbano o en su derredor; pero siempre provocando un gran impacto sobre la sociedad que les rodeaba. Celdas dependientes de concejos o de iglesias, celdas independientes, pequeños habitáculos (identificados con sepulcros), con dos ventanillas (una hacia la calle, otra hacia la iglesia) y una puerta. Alejada del claustro tradicional, la vida emparedada se iniciaba con una despedida del mundo, una ceremonia litúrgica con el oficio de difuntos y una entrada en la celda, cuya puerta era tapiada: vestidas de penitentes, con bendición o sin ella, la vida en la celda transcurría en unas condiciones físicas muy duras: poca comida, sobre el suelo una tabla por lecho y escasas ropas; una vida de mortificación y disciplinas, de oración y salmos, de privación y lágrimas.
Lucena era hijo de Juan Ramírez de Lucena, embajador de los Reyes Católicos. Gracias a los viajes de su padre Lucena pudo viajar a Italia y Francia y conocer las innovaciones con respecto al ajedrez y al teatro. Nacido en Aragón, fue en sus años de estudiante de leyes en Salamanca cuando conoció a Juan del Encina. Entre ambos se desarrolló una amistad que iba a durar toda la vida. Lucena estaba trabajando en la imprenta de Nebrija en los años 1493-1495, donde le ayudó con ciertos términos para su diccionario de latín de 1495. Al parecer, Lucena intentaba traducir y editar en castellano libros en latín y así vemos aparecer: Mujeres ilustres en romance (1494) Fábulas de Esopo (1495), los libros de Aeneas Silvo Piccolomini (1496), Repetición de amores y Arte de Ajedrez (1497), Vita Beata (1499), El Jardin de nobles doncellas (1500). Poco después iba a dirigir y editar en Italia las nuevas cenas en la obra de Calisto y Melibea con la valiosa ayuda de su gran amigo Juan del Encina.
La vida consagrada, ¿es una forma de vida que nació en el siglo III y que de la misma manera podría desaparecer, o es, en cambio, un elemento necesario en la vida de la Iglesia? Los documentos magisteriales del siglo XX nos han enseñado que la vida consagrada es un elemento "irrenunciable y característico" de la Iglesia (VC 29), que pertenece "firmemente a su vida y santidad"(LG 44). Una Iglesia sin vida consagrada es una Iglesia falta de uno de sus "componentes eclesiales" (RPH 22), un estado de vida que, junto a los otros dos (clérigos y laicos), construye la comunión eclesial, no en el mismo nivel que aquellos dos (cf. LG 43), sino "como signo de la morada celeste" (GS 38). He aquí lo específico de la vida consagrada, he aquí su razón de ser en la Iglesia y en nuestro mundo: ser signo del Amor de Dios, "testigo, experta y artífice" de la comunión divina (VC 46) que el Espíritu obra en medio de su Iglesia.
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